Y cuando llegamos solo se podía escuchar el sonido de los
grillos, el viento frío golpeando nuestros rostros y una luna iluminando la
oscuridad. Yo mientras tanto estaba deslumbrado con el brillo de tus ojos,
perdido en la inmensidad de tu mirada y robándote caricias para seguir marcando
mi piel. La noche transcurría lentamente, la comida, las cartas y una hierba
particular se volvieron parte de nosotros; reíamos sin cesar y nuestras miradas
se encontraban fugazmente alrededor de la mesa. La música era parte de la
velada, mientras el humo de un cigarro jugaba a recorrer tu silueta; sin darnos
cuenta la habitación susurraba nuestros nombres suavemente y sin pensarlo
nuestros cuerpos terminaron abrazados por ese olor tan peculiar que provoca la
humedad. La cama se volvió cómplice de la noche y el destino, una tenue luz
iluminó la alcoba hasta que decidió cesar por el cansancio; te besé suavemente
por un momento, sentí la frialdad de tu nariz y te arropé con mi cuerpo. La
madrugada se hizo presente y junto a ella estábamos nosotros fuertemente
entrelazados, el olor a café nos guió y terminamos observando un paisaje
celestial perdidos en algún lugar.
miércoles, 1 de agosto de 2012
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